viernes, 14 de mayo de 2010

348.- Pandemia

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Las versiones son diversas: unos dicen que el primer caso tuvo lugar en un estadio de Madrid, durante un partido de fútbol; otros consideran, basándose en unos informes redactados a toda prisa, que debe situarse en un pueblecito de la costa mediterránea, durante la campaña electoral, justo antes de las elecciones; otros creen que la epidemia no se originó en un solo lugar sino en distintos puntos del planeta de un modo simultáneo. Aunque poco importa ya que localicen el foco inicial de contagio. Nada van a solucionar con eso. Es demasiado tarde.

Durante los primeros días se produjeron multitud de contagios. Los análisis médicos no aportaban ningún dato relevante, no lograban descubrir cómo se transmitía, ni qué la causaba, así que cundió el pánico entre la población. La gente se lanzó en masa a la calle en busca de mascarillas para taparse la boca e impedir la entrada de virus o bacterias, pero al poco la Organización Mundial de la Salud desaconsejó su uso, pues la extraña enfermedad, que provocaba una ligera sordera momentánea acompañada de unas convulsiones faciales, no se transmitía por contacto físico ni a través de las vías respiratorias sino por contacto visual. La población, alarmada e indefensa, se encerró en sus casas. Las ciudades quedaron vacías, sin vida. Los pocos atrevidos que paseaban por las calles lo hacían con la cabeza baja, sin apartar la mirada de sus pies. Pero aun así, en pocas semanas la pandemia -que ya afectaba a más de un tercio de la población mundial, principalmente en el llamado primer mundo- se extendió sin control, en progresión exponencial. Evitar el trato directo con la gente tampoco consiguió detener su implacable avance: cuando se dieron los primeros contagios a través de webcams y de pantallas televisivas, decidimos arrojar la toalla y darnos por vencidos. Ahora estamos ya todos infectados, pero nos vamos acostumbrando. Tampoco resulta tan complicado llevar una vida normal. Incluso creo que podríamos llegar a olvidar esta pesadilla si no fuera porque de vez en cuando los repentinos achaques -único síntoma de la enfermedad- nos obligan a contraer los músculos de la cara y bostezar.
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autor: Víctor Lorenzo, del blog Realidades para lelos
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11 comentarios:

bajoqueta dijo...

Crec que tinc el virus :S

jajaja.

Gràcies pel conte Víctor!

montse dijo...

De qui és la culpa?
De les farmacèeeeeeeeutiques.

◊ dissident ◊ dijo...

Evidentment és un altre negoci, però que aquesta vegada han caigut tots.

JJMiracle dijo...

Molt bo! Tot sigui per alarmar la població…

Garbí24 dijo...

Mira que és fàcil alarmar la població.

Anónimo dijo...

És cert: l'avorriment és una pandèmia d'occident.


Felicitats, Victor



Luguca

senga dijo...

...i és ben bé que estem tots contaminats i no sabem...aquesta és la pitjor pandèmia...i mira que la solució és força evident... ...saber...posar conciència al sentir...i no ho fem...per què?

Laura T. Marcel dijo...

O sigui que avui quan se m'obría la boca sense poder-ho controlar volia dir que ja estava contagiada?
Quina angúnia!
Molt bo Victor i una mica inquietant!
Ja se que no té res a veure però m'ha fet recordar a El ensayo de la ceguera amb això del contagi per les mirades i tothom tancat a casa i les ciutats sense vida.

Isabel Mª dijo...

L´avorriment i la desídia mal del nostres dies, diga- li apatia, desmotivació, manca d´ilusions, de valors, de natura....

Víctor dijo...

Ja fa dies que el vaig escriure, aquest conte. Més concretament, el vaig fer durant la psicòsi col·lectiva per la grip nova. Així que ara potser ha quedat una mica desfassat. Gràcies a tots (Mònica, Montse, Dissortat, P-CFACSBC2V, Garbi24, Anònim, Senga, Laura i Isabel) per comentar. Me n'alegro si us ha agradat. Una abraçada.

Marta dijo...

L'avorriment si que és perillós!!! Molt bé.